Bueno, aquí tenéis. Este capítulo me encanta, y también el sexto. Pero tendréis que esperar otra semana para ése.
...
En fin, ahí va:
CAPÍTULO 5,
que está demasiado lleno de lavado
«LO ÚNICO QUE PUEDO HACER», pensó Sofía, «es demostrar a Howl que soy una limpiadora excelente, que no tengo precio».
Se puso un viejo pañuelo sobre su ralo pelo gris, se arremangó, y ató alrededor de su cintura un viejo mantel como delantal. En realidad, era un alivio saber que sólo tenía que limpiar cuatro habitaciones en lugar de un castillo completo. Cogió un cubo y un trapo, y puso manos a la obra.
—¡¿Qué estás haciendo?! –gritaron Howl y Michael al unísono, horrorizados.
—Limpiar todo esto –dijo Sofía con firmeza–. Este lugar está que da pena.
—¡No lo necesita! –dijo Cálcifer, y Michael murmuró–: Howl te va a echar…
Pero Sofía los ignoró. Levantó nubes de polvo.
Poco después, se oyeron unos golpes que provenían de la puerta. Cálcifer llameó, y gritó: «¡Puerta de Porthaven!», y soltó un ruidoso estornudo que envió chispas moradas volando a través del polvo.
Michael abandonó la mesa donde estaba trabajando y caminó hacia la puerta. Sofía miró a través del polvo que había levantado, y vio que esta vez Michael estaba haciendo girar el pomo sobre la puerta para que la marca azul estuviera apuntando hacia abajo. Entonces abrió la puerta; daba a la calle que se veía por la ventana.
Allí había una niña pequeña.
—Señor Fisher –dijo ella–. He venido a recoger el hechizo que pidió mi mamá.
—Un hechizo de protección para la barca de tu padre, ¿no? –dijo Michael–. ¡Un segundo!
Volvió a la mesa y comenzó a verter algo de polvo de una jarra en un pedazo de papel. Mientras lo hacía, la niña pequeña miró a Sofía con tanta curiosidad como Sofía la miraba a ella. Michael dobló el papel para envolver el polvo y volvió diciendo:
—Toma. Di a tu madre que lo esparza por toda la barca. Aguantará tanto en el puerto como en alta mar, aunque haya tormenta.
La niña tomó el papel y dio a Michael una moneda.
—¿Ahora el hechicero tiene a una bruja a su servicio? –preguntó.
—No –contestó Michael.
—¿Hablas de mí? –dijo Sofía–. Sí, querida; soy la mejor y más limpia bruja de Ingaria.
Michael cerró la puerta; parecía exasperado.
—Ahora todo el mundo hablará sobre eso en Porthaven –giró el pomo hasta que la parte verde apuntó al suelo–. Seguro que a Howl no le gusta.
Sofía rió bajito; no se arrepentía. Puede que el pañuelo que llevaba le estuviera metiendo ideas en la cabeza. Quizá Howl le permitiría quedarse si todo el mundo pensaba que trabajaba para él. Era un poco raro: de ser joven, Sofía se habría avergonzado de la forma en que se estaba comportando. Como una anciana, no le importaba tanto. Sofía pensó que era un alivio.
Se acercó a fisgonear mientras Michael levantaba una piedra de la chimenea y metía la moneda de la niña bajo ella.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
—Cálcifer y yo intentamos guardar dinero aquí –dijo, al parecer sintiéndose algo culpable–. Si no, Howl gasta todo lo que tenemos.
—¡Es un derrochador! –crepitó Cálcifer–. Acabará con el dinero del rey en menos tiempo del que yo tardo en zamparme un leño. No tiene sentido común.
Sofía se puso a salpicar agua desde el fregadero, para que el polvo se asentara. Eso hizo que Cálcifer se alejara de ella tanto como podía. Entonces volvió a pasar la escoba por toda la habitación. Siguió barriendo hacia la puerta, porque quería examinar el pomo cuadrado que tenía encima. El cuarto lado, que aún no había sido utilizado, estaba pintado de negro. Preguntándose a dónde llevaba, Sofía comenzó a quitar las telarañas de las vigas. Michael gruñó, y Cálcifer estornudó de nuevo.
Howl salió del baño precisamente entonces, entre nubes de perfume. Parecía maravillosamente limpio; hasta los adornos de su traje parecían brillar más. Miró alrededor y retrocedió, cubriéndose la cabeza con una manga, hasta que estuvo dentro del baño otra vez.
—¡Para, mujer! –dijo–. ¡Deja en paz a esas pobres arañas!
—Esas telarañas son horribles –declaró Sofía, mientras las hacía caer.
—Entonces quítalas, pero deja las arañas.
«Seguramente tiene alguna clase de retorcida afinidad con ellas», pensó Sofía.
—¡Pero sólo harán más telarañas! –protestó ella.
—Y matarán moscas, y eso me conviene –dijo Howl–. Y ten esa escoba quieta mientras cruzo mi propio cuarto, ¿vale?
Sofía se apoyó en la escoba y observó a Howl cruzar la habitación y coger su guitarra.
—Si la marca roja lleva a Kingsbury y la azul a Porthaven, ¿a dónde te lleva la negra? –inquirió Sofía cuando vio que Howl se disponía a abrir la puerta.
—¡Qué mujer tan fisgona y entrometida! –dijo Howl–. ¡Ésa lleva a mi refugio privado, y no pienso decirte dónde está! –y abrió la puerta, que daba a las colinas.
—¿Cuándo estarás de vuelta? –dijo Michael, algo preocupado.
Howl fingió no oírlo. Dijo a Sofía:
—No mates ni una sola araña mientras estoy fuera.
Cerró la puerta de un portazo. Michael dirigió a Cálcifer una mirada significativa y suspiró. Cálcifer crepitó y soltó una risa malvada.
Ya que nadie le explicaba a dónde había ido Howl, Sofía supuso que se había marchado en busca de jóvenes víctimas, y continuó trabajando con aún más energía. No se atrevió a dañar a ninguna araña. De modo que golpeó las vigas con la escoba, gritando «¡Largo, arañas! ¡Fuera de mi vista!». Las arañas huyeron para salvar sus vidas y las telarañas cayeron al suelo. Entonces, claro, tuvo que barrer el suelo de nuevo. Entonces se arrodilló y lo fregó.
—¡Desearía que no estuvieras haciendo esto! –dijo Michael, que estaba sentado en las escaleras, fuera de su camino, y Cálcifer murmuró, desde el fondo de la chimenea–: Desearía no haber hecho nunca ese pacto contigo.
Pero Sofía siguió fregando con vigor.
—Estaréis mucho más contentos cuando todo esté limpio y agradable –dijo.
—¡Pero es que ahora me lo estoy pasando fatal! –protestó Michael.
Howl no volvió hasta entrada la noche. Para entonces, Sofía había barrido y fregado hasta tal punto que casi no podía moverse. Estaba tirada en la butaca; todo le dolía. Michael agarró a Howl por la manga y lo arrastró hasta el baño: Sofía podía oírlo soltar furiosamente un torrente de quejas. Era posible oír pedazos de frases como «… esa vieja chiflada…» y «¡Se niega a escucharme!», a pesar de que Cálcifer estaba gritando, con toda la fuerza de sus pulmones:
—¡HOWL, DETÉNLA! ¡NOS VA A MATAR!
Pero todo lo que dijo Howl cuando Michael lo soltó fue:
—¿Has matado alguna araña?
—¡Claro que no! –espetó Sofía; sus dolores habían hecho que se enfureciera–. Corren para salvarse en cuanto me miran. ¿Qué son? ¿Todas esas chicas a las que has robado el corazón?
Howl rió.
—No, sólo simples arañas –dijo, y subió las escaleras bailando.
Michael suspiró. Fue al armario de las escobas, y rebuscó entre los trastos hasta que encontró una vieja cama plegable, un colchón de paja, y algunas alfombras. Lo llevó todo al espacio bajo las escaleras.
—Será mejor que duermas aquí esta noche –dijo a Sofía.
—¿Significa eso que Howl va a dejar que me quede? –preguntó ella.
—¡No lo sé! –dijo Michael, irritado–. Howl nunca se compromete. Viví aquí durante seis meses antes de que pareciera siquiera darse cuenta de que yo existía. Entonces fue y me hizo su aprendiz. Pero creo que una cama será mejor que una butaca.
—Gracias, entonces –dijo Sofía, agradecida.
La cama era, desde luego, más cómoda que la butaca. Y cuando Cálcifer tenía hambre por la noche, a Sofía no le costaba nada levantarse y tenderle otro leño.
Durante los siguientes días, Sofía fregoteó por el castillo. Se lo pasaba bastante bien. Diciéndose que estaba buscando pistas, lavó la ventana, vació de lodo el fregadero, y obligó a Michael a vaciar las estanterías y a descolgar todo lo que había en las vigas para que pudiera limpiarlo todo. La calavera comenzaba a tener el mismo aire de sufrimiento que Michael. La habían cambiado de sitio tantas veces… Entonces obligó a Cálcifer a agacharse para que ella pudiera limpiar la chimenea. Cálcifer odió aquello. Se rió a carcajadas cuando Sofía descubrió que había llenado el suelo de la habitación de hollín y tenía que limpiarlo de nuevo. Ése era el problema de Sofía: tenía energía, pero le faltaba método. Aunque había llegado a una conclusión: no podía limpiar por todo el castillo sin acabar encontrándose con un montón de almas, corazones masticados, o cualquier otra cosa que explicara algo sobre el contrato de Cálcifer. Se le ocurrió que la chimenea, guardada por el demonio, era un buen escondite, pero lo único que halló fue hollín, que acabó en sacos en el patio trasero. El patio era precisamente uno de los lugares en los que más quería buscar.
Cada vez que Howl entraba, Michael y Cálcifer se quejaban de Sofía. Pero Howl no les hacía mucho caso. Tampoco pareció percatarse de que todo estaba más limpio, ni de que la alacena tenía ahora tartas, mermelada, e incluso algo de lechuga.
Porque, como Michael había predicho, todo Porthaven había oído hablar sobre Sofía. La gente se paraba en la puerta para verla. La llamaban «doña bruja» en Porthaven, y «señora hechicera» en Kingsbury. Porque también era conocida en la capital. Aunque la gente que llamaba a la puerta de Kingsbury estaba mejor vestida que la de Porthaven, nadie se atrevía a llamar a la puerta de alguien tan poderoso sin una buena excusa. De modo que Sofía interrumpía constantemente su trabajo para asentir, sonreír, y aceptar un regalo, o convencer a Michael para que pusiera a punto un pequeño sortilegio para alguien. La mayoría de los regalos eran cosas agradables, como dibujos, collares de conchas, o delantales prácticos. Sofía utilizaba los delantales diariamente, y colgaba los collares y dibujos alrededor de su hueco bajo la escalera, que comenzaba a tener un aspecto verdaderamente acogedor.
Sofía sabía que echaría de menos todo esto cuando Howl la echara. Cada vez tenía más miedo de que lo hiciera. Sabía que él no podría ignorarla para siempre.
Lo siguiente que limpió fue el baño. Le llevó días, porque Howl pasaba dentro mucho tiempo. En cuanto se marchaba, dejando el baño lleno de vapor y hechizos perfumados, Sofía entraba.
—¡Ahora veremos qué pasa con ese contrato! –dijo, aunque en realidad estaba más interesada en el estante lleno de paquetes, probetas, y jarras.
Los quitó todos y los puso en el suelo, con el pretexto de limpiar el estante, y pasó casi todo el día inspeccionándolos cuidadosamente para ver si los llamados «PIEL», «OJOS» y «PELO» eran realmente pedazos de muchachas jóvenes. Pero parecían ser sólo cremas, polvos, y tinte. Sofía pensó que, si alguna vez habían sido muchachas, Howl había utilizado en ellas la probeta que rezaba «PARA EL DETERIORO» y las había descompuesto tanto que nadie podría adivinar qué eran. Pero esperaba que sólo hubiera cosméticos en aquellos recipientes.
Lo devolvió todo al estante y lo fregó todo. Aquella noche, mientras se sentaba en la butaca, dolorida, Cálcifer le dijo que ya había tenido que vaciar una fuente termal entera para ella.
—¿Dónde están esos manantiales? –dijo Sofía.
Últimamente, sentía curiosidad por casi todo.
—Normalmente, bajo los pantanos de Porthaven –dijo Cálcifer–. Pero si sigues así, acabaré teniendo que sacar agua caliente de los Páramos. ¿Cuándo vas a dejar de limpiar y averiguar cómo romper mi contrato?
—Oh, bueno… –dijo Sofía–. ¿Cómo puedo sonsacar algo a Howl si casi nunca está aquí? ¿Siempre está fuera tan a menudo?
—Sólo cuando está detrás de una chica –dijo Cálcifer.
Una vez el baño estuvo pulcro y reluciente, Sofía fregó las escaleras y el pequeño rellano que había arriba. Entonces entró en la pequeña habitación de Michael. Pero él, que comenzaba a aceptar a Sofía como un desastre natural inevitable, profirió un grito de horror y corrió escaleras arriba para rescatar sus posesiones más preciadas. Se encontraban en una vieja caja bajo su carcomida y pequeña cama. Cuando se la llevó, Sofía vio una cinta azul y una rosa de azúcar, como las que adornan las tartas, encima de lo que parecían ser cartas.
«¡Conque Michael tiene novia!», pensó ella, mientras abría de par en par la ventana, que también daba a las calles de Porthaven, y sacudía las sábanas fuera del alféizar para airearlas. Teniendo en cuenta lo fisgona que se había vuelto, le sorprendió que no hubiera preguntado inmediatamente a Michael quién era aquella chica y cómo la mantenía a salvo de Howl.
Sacó barriendo tanto polvo y basura que por poco ahogó a Cálcifer intentando quemarlo todo.
—¡Me acabarás matando! –dijo Cálcifer, entre toses–. ¡Eres igual que Howl: no tienes corazón!
Sólo su pelo verde y una parte de su frente azul eran visibles.
Michael metió su preciada caja en el cajón de un armario, y lo cerró con llave.
—¡Ojalá Howl nos escuchara! –dijo–. ¿Por qué le está llevando tanto tiempo esta chica?
Al día siguiente, Sofía quería inspeccionar el patio trasero. Pero en Porthaven estaba lloviendo, y las gotas de lluvia repiqueteaban contra la ventana y la chimenea, haciendo que Cálcifer siseara, irritado. El patio era parte de la casa de Porthaven, de modo que el agua caía a cántaros allí cuando Sofía abrió la puerta. Se tapó la cabeza con el delantal e intentó echar un vistazo a lo que allí había; y, antes de mojarse demasiado, encontró un cubo de cal y una gran brocha. Se lo llevó todo dentro del castillo, y se puso manos a la obra con las paredes. Encontró una vieja escalera de mano en la escobera, y encaló también el techo, entre las vigas. En Porthaven llovió durante los dos días siguientes, aunque cuando Howl entró por la puerta desde las colinas, con la marca verde del pomo apuntando hacia abajo, el tiempo allí era soleado, y podían verse en el suelo, más rápidas aún que el castillo, las sombras de las nubes. Sofía ya había limpiado y encalado su hueco bajo las escaleras, las escaleras mismas, el rellano, y el cuarto de Michael.
—¿Qué ha pasado aquí dentro? –dijo Howl una vez hubo entrado–. Todo está más luminoso.
—Sofía –dijo Michael, en tono cáustico.
—Tendría que haberlo adivinado –dijo Howl, y desapareció en el baño.
—¡Se ha dado cuenta! –susurró Michael a Cálcifer–. ¡Entonces la chica está cediendo por fin!
Aún lloviznaba en Porthaven al día siguiente. Sofía se ató su pañuelo, se arremangó, y se ciñó el delantal. Cogió su trapo, cubo, y jabón; y, en cuanto Howl desapareció por la puerta principal, subió a limpiar la habitación de Howl como un anciano ángel vengador.
Lo había dejado para el final porque temía lo que podría encontrar allí. Ni siquiera se había atrevido a mirar dentro. Sofía, mientras cojeaba escaleras arriba, pensó que eso había sido una estupidez. Ahora estaba claro que Cálcifer se encargaba de la magia más difícil y Michael hacía el trabajo sucio mientras Howl se iba por ahí a cazar muchachas y abusaba de los dos tanto como Fanny había explotado a Sofía. Ella nunca había encontrado a Howl particularmente aterrador, pero ahora no sentía más que desdén.
Llegó al rellano, y encontró a Howl de pie en la puerta. Estaba apoyado en el marco, impidiéndole la entrada.
—Ni hablar –dijo, con un tono agradable–. Me gusta sucio, muchas gracias.
Sofía lo miró, asombrada.
—¿De dónde vienes? ¡Si te había visto salir!
—Eso es lo que quería que vieras –contestó él–. Ya has atormentado a Cálcifer y al pobre Michael, y era obvio que algún día decidirías empezar conmigo. Y, da igual lo que Cálcifer te haya podido decir, yo soy un mago, ¿sabes? ¿O es que no se te había ocurrido que puedo hacer magia?
Esto hizo polvo todas las suposiciones de Sofía. Pero habría muerto antes de admitirlo.
—Todo el mundo sabe que eres un mago, jovencito –dijo con severidad–. Pero eso no cambia el hecho de que este castillo es el lugar más sucio en el que he estado jamás.
Echó una ojeada a la habitación que había tras la larga, azul y plateada manga de Howl. La alfombra estaba torcida y doblada, y parecía un gran nido de pájaro. Pudo ver algunas paredes desconchadas, así como una estantería llena de libros, algunos de ellos muy sospechosos. No había signo alguno de un montón de corazones mordidos, pero seguramente estaban bajo la enorme cama con postes. Sus colgaduras eran grises por el polvo y le impedían ver la ventana.
—Eh. ¡Eh! –dijo Howl, agitando su manga frente a la cara de Sofía–. No seas fisgona.
—¡No estoy siendo fisgona! –protestó Sofía–. ¡Ese cuarto…!
—Sí, sí que eres fisgona –dijo Howl–. Eres una anciana terriblemente fisgona, horriblemente mandona, y espantosamente limpia. Contrólate, nos estás mortificando a todos.
—Pero es una pocilga –dijo Sofía–. ¡No puedo evitar ser como soy!
—Sí que puedes –dijo Howl–. Y me gusta mi cuarto tal y como es. Tienes que admitir que tengo derecho a vivir en una pocilga si quiero. Ahora vete allá abajo y piensa en algo más que puedas hacer. Por favor. Odio discutir.
Sofía no puedo hacer más que cojear escaleras abajo con su cubo. Estaba algo nerviosa, y sorprendida porque Howl no la había echado del castillo. Pero, ya que no lo había hecho, se puso a pensar en cuál era la siguiente cosa que necesitaba hacer de inmediato. Abrió la puerta junto a las escaleras, vio que la lluvia estaba amainando, y salió al patio, donde comenzó a pasearse por las pilas de basura.
Se oyó un estrépito metálico y Howl apareció de nuevo, tambaleándose un poco, sobre la pila de chatarra hacia la que estaba caminando Sofía.
—Aquí tampoco –dijo–. Eres un demonio, ¿eh? Deja este patio en paz. Sé dónde está todo, y y no podré encontrar las cosas que necesito para mis hechizos transportadores si lo ordenas todo.
De modo que había una caja con almas por allí, en alguna parte. Sofía se sentía realmente frustrada.
—¡Estoy aquí precisamente para recoger! –gritó.
—Entonces tendrás que encontrar otro sentido a tu vida –dijo Howl.
Por un momento, pareció que él también fuera a perder el control. Sus extrañamente pálidos ojos estaban clavados en Sofía. Pero consiguió controlarse y dijo:
—Ahora trota ahí dentro, vieja hiperactiva, y encuentra algo con lo que jugar antes de que me enfade. Odio enfadarme.
Sofía se cruzó de brazos. No le gustaba que la mirara con aquellos ojos que parecían canicas de cristal.
—¡Claro que odias enfadarte! –espetó–. No te gusta nada que sea desagradable, ¿no? ¡Eres un cobarde, eso es lo que eres! ¡Te escabulles de cualquier cosa que no te guste!
—Bueno –dijo Howl, forzando una sonrisa–, pues ahora los dos conocemos nuestros fallos. Y ahora entra. Venga. Vamos.
Caminó hacia Sofía, agitando los brazos. Una de sus mangas se enganchó en un pedazo de metal oxidado, y se rompió.
—¡Maldita sea! –dijo Howl–. ¡Mira lo que me has hecho hacer!
—Puedo coserlo –dijo Sofía.
Howl le dirigió otra mirada glacial.
—Hala, otra vez –dijo–. Cómo adoras el servilismo.
Tomó su manga rota cuidadosamente con los dedos, y la acarició. Cuando la tela azul cayó desde sus dedos, no tenía ni un rasguño.
—Ya está –dijo–. ¿Entiendes ahora?
Sofía renqueó hacia la puerta, escarmentada. Parecía claro que los magos no necesitaban trabajar de la manera normal. Howl le había demostrado que realmente era un mago que merecía reconocimiento.
—¿Por qué no me ha echado? –dijo, tanto para Michael como para sí misma.
—Eso escapa a mi comprensión –dijo éste–. Pero creo que se guía por Cálcifer. La mayoría de los que entran aquí no lo ven. O sí lo ven, y les da un infarto.
Se puso un viejo pañuelo sobre su ralo pelo gris, se arremangó, y ató alrededor de su cintura un viejo mantel como delantal. En realidad, era un alivio saber que sólo tenía que limpiar cuatro habitaciones en lugar de un castillo completo. Cogió un cubo y un trapo, y puso manos a la obra.
—¡¿Qué estás haciendo?! –gritaron Howl y Michael al unísono, horrorizados.
—Limpiar todo esto –dijo Sofía con firmeza–. Este lugar está que da pena.
—¡No lo necesita! –dijo Cálcifer, y Michael murmuró–: Howl te va a echar…
Pero Sofía los ignoró. Levantó nubes de polvo.
Poco después, se oyeron unos golpes que provenían de la puerta. Cálcifer llameó, y gritó: «¡Puerta de Porthaven!», y soltó un ruidoso estornudo que envió chispas moradas volando a través del polvo.
Michael abandonó la mesa donde estaba trabajando y caminó hacia la puerta. Sofía miró a través del polvo que había levantado, y vio que esta vez Michael estaba haciendo girar el pomo sobre la puerta para que la marca azul estuviera apuntando hacia abajo. Entonces abrió la puerta; daba a la calle que se veía por la ventana.
Allí había una niña pequeña.
—Señor Fisher –dijo ella–. He venido a recoger el hechizo que pidió mi mamá.
—Un hechizo de protección para la barca de tu padre, ¿no? –dijo Michael–. ¡Un segundo!
Volvió a la mesa y comenzó a verter algo de polvo de una jarra en un pedazo de papel. Mientras lo hacía, la niña pequeña miró a Sofía con tanta curiosidad como Sofía la miraba a ella. Michael dobló el papel para envolver el polvo y volvió diciendo:
—Toma. Di a tu madre que lo esparza por toda la barca. Aguantará tanto en el puerto como en alta mar, aunque haya tormenta.
La niña tomó el papel y dio a Michael una moneda.
—¿Ahora el hechicero tiene a una bruja a su servicio? –preguntó.
—No –contestó Michael.
—¿Hablas de mí? –dijo Sofía–. Sí, querida; soy la mejor y más limpia bruja de Ingaria.
Michael cerró la puerta; parecía exasperado.
—Ahora todo el mundo hablará sobre eso en Porthaven –giró el pomo hasta que la parte verde apuntó al suelo–. Seguro que a Howl no le gusta.
Sofía rió bajito; no se arrepentía. Puede que el pañuelo que llevaba le estuviera metiendo ideas en la cabeza. Quizá Howl le permitiría quedarse si todo el mundo pensaba que trabajaba para él. Era un poco raro: de ser joven, Sofía se habría avergonzado de la forma en que se estaba comportando. Como una anciana, no le importaba tanto. Sofía pensó que era un alivio.
Se acercó a fisgonear mientras Michael levantaba una piedra de la chimenea y metía la moneda de la niña bajo ella.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
—Cálcifer y yo intentamos guardar dinero aquí –dijo, al parecer sintiéndose algo culpable–. Si no, Howl gasta todo lo que tenemos.
—¡Es un derrochador! –crepitó Cálcifer–. Acabará con el dinero del rey en menos tiempo del que yo tardo en zamparme un leño. No tiene sentido común.
Sofía se puso a salpicar agua desde el fregadero, para que el polvo se asentara. Eso hizo que Cálcifer se alejara de ella tanto como podía. Entonces volvió a pasar la escoba por toda la habitación. Siguió barriendo hacia la puerta, porque quería examinar el pomo cuadrado que tenía encima. El cuarto lado, que aún no había sido utilizado, estaba pintado de negro. Preguntándose a dónde llevaba, Sofía comenzó a quitar las telarañas de las vigas. Michael gruñó, y Cálcifer estornudó de nuevo.
Howl salió del baño precisamente entonces, entre nubes de perfume. Parecía maravillosamente limpio; hasta los adornos de su traje parecían brillar más. Miró alrededor y retrocedió, cubriéndose la cabeza con una manga, hasta que estuvo dentro del baño otra vez.
—¡Para, mujer! –dijo–. ¡Deja en paz a esas pobres arañas!
—Esas telarañas son horribles –declaró Sofía, mientras las hacía caer.
—Entonces quítalas, pero deja las arañas.
«Seguramente tiene alguna clase de retorcida afinidad con ellas», pensó Sofía.
—¡Pero sólo harán más telarañas! –protestó ella.
—Y matarán moscas, y eso me conviene –dijo Howl–. Y ten esa escoba quieta mientras cruzo mi propio cuarto, ¿vale?
Sofía se apoyó en la escoba y observó a Howl cruzar la habitación y coger su guitarra.
—Si la marca roja lleva a Kingsbury y la azul a Porthaven, ¿a dónde te lleva la negra? –inquirió Sofía cuando vio que Howl se disponía a abrir la puerta.
—¡Qué mujer tan fisgona y entrometida! –dijo Howl–. ¡Ésa lleva a mi refugio privado, y no pienso decirte dónde está! –y abrió la puerta, que daba a las colinas.
—¿Cuándo estarás de vuelta? –dijo Michael, algo preocupado.
Howl fingió no oírlo. Dijo a Sofía:
—No mates ni una sola araña mientras estoy fuera.
Cerró la puerta de un portazo. Michael dirigió a Cálcifer una mirada significativa y suspiró. Cálcifer crepitó y soltó una risa malvada.
Ya que nadie le explicaba a dónde había ido Howl, Sofía supuso que se había marchado en busca de jóvenes víctimas, y continuó trabajando con aún más energía. No se atrevió a dañar a ninguna araña. De modo que golpeó las vigas con la escoba, gritando «¡Largo, arañas! ¡Fuera de mi vista!». Las arañas huyeron para salvar sus vidas y las telarañas cayeron al suelo. Entonces, claro, tuvo que barrer el suelo de nuevo. Entonces se arrodilló y lo fregó.
—¡Desearía que no estuvieras haciendo esto! –dijo Michael, que estaba sentado en las escaleras, fuera de su camino, y Cálcifer murmuró, desde el fondo de la chimenea–: Desearía no haber hecho nunca ese pacto contigo.
Pero Sofía siguió fregando con vigor.
—Estaréis mucho más contentos cuando todo esté limpio y agradable –dijo.
—¡Pero es que ahora me lo estoy pasando fatal! –protestó Michael.
Howl no volvió hasta entrada la noche. Para entonces, Sofía había barrido y fregado hasta tal punto que casi no podía moverse. Estaba tirada en la butaca; todo le dolía. Michael agarró a Howl por la manga y lo arrastró hasta el baño: Sofía podía oírlo soltar furiosamente un torrente de quejas. Era posible oír pedazos de frases como «… esa vieja chiflada…» y «¡Se niega a escucharme!», a pesar de que Cálcifer estaba gritando, con toda la fuerza de sus pulmones:
—¡HOWL, DETÉNLA! ¡NOS VA A MATAR!
Pero todo lo que dijo Howl cuando Michael lo soltó fue:
—¿Has matado alguna araña?
—¡Claro que no! –espetó Sofía; sus dolores habían hecho que se enfureciera–. Corren para salvarse en cuanto me miran. ¿Qué son? ¿Todas esas chicas a las que has robado el corazón?
Howl rió.
—No, sólo simples arañas –dijo, y subió las escaleras bailando.
Michael suspiró. Fue al armario de las escobas, y rebuscó entre los trastos hasta que encontró una vieja cama plegable, un colchón de paja, y algunas alfombras. Lo llevó todo al espacio bajo las escaleras.
—Será mejor que duermas aquí esta noche –dijo a Sofía.
—¿Significa eso que Howl va a dejar que me quede? –preguntó ella.
—¡No lo sé! –dijo Michael, irritado–. Howl nunca se compromete. Viví aquí durante seis meses antes de que pareciera siquiera darse cuenta de que yo existía. Entonces fue y me hizo su aprendiz. Pero creo que una cama será mejor que una butaca.
—Gracias, entonces –dijo Sofía, agradecida.
La cama era, desde luego, más cómoda que la butaca. Y cuando Cálcifer tenía hambre por la noche, a Sofía no le costaba nada levantarse y tenderle otro leño.
Durante los siguientes días, Sofía fregoteó por el castillo. Se lo pasaba bastante bien. Diciéndose que estaba buscando pistas, lavó la ventana, vació de lodo el fregadero, y obligó a Michael a vaciar las estanterías y a descolgar todo lo que había en las vigas para que pudiera limpiarlo todo. La calavera comenzaba a tener el mismo aire de sufrimiento que Michael. La habían cambiado de sitio tantas veces… Entonces obligó a Cálcifer a agacharse para que ella pudiera limpiar la chimenea. Cálcifer odió aquello. Se rió a carcajadas cuando Sofía descubrió que había llenado el suelo de la habitación de hollín y tenía que limpiarlo de nuevo. Ése era el problema de Sofía: tenía energía, pero le faltaba método. Aunque había llegado a una conclusión: no podía limpiar por todo el castillo sin acabar encontrándose con un montón de almas, corazones masticados, o cualquier otra cosa que explicara algo sobre el contrato de Cálcifer. Se le ocurrió que la chimenea, guardada por el demonio, era un buen escondite, pero lo único que halló fue hollín, que acabó en sacos en el patio trasero. El patio era precisamente uno de los lugares en los que más quería buscar.
Cada vez que Howl entraba, Michael y Cálcifer se quejaban de Sofía. Pero Howl no les hacía mucho caso. Tampoco pareció percatarse de que todo estaba más limpio, ni de que la alacena tenía ahora tartas, mermelada, e incluso algo de lechuga.
Porque, como Michael había predicho, todo Porthaven había oído hablar sobre Sofía. La gente se paraba en la puerta para verla. La llamaban «doña bruja» en Porthaven, y «señora hechicera» en Kingsbury. Porque también era conocida en la capital. Aunque la gente que llamaba a la puerta de Kingsbury estaba mejor vestida que la de Porthaven, nadie se atrevía a llamar a la puerta de alguien tan poderoso sin una buena excusa. De modo que Sofía interrumpía constantemente su trabajo para asentir, sonreír, y aceptar un regalo, o convencer a Michael para que pusiera a punto un pequeño sortilegio para alguien. La mayoría de los regalos eran cosas agradables, como dibujos, collares de conchas, o delantales prácticos. Sofía utilizaba los delantales diariamente, y colgaba los collares y dibujos alrededor de su hueco bajo la escalera, que comenzaba a tener un aspecto verdaderamente acogedor.
Sofía sabía que echaría de menos todo esto cuando Howl la echara. Cada vez tenía más miedo de que lo hiciera. Sabía que él no podría ignorarla para siempre.
Lo siguiente que limpió fue el baño. Le llevó días, porque Howl pasaba dentro mucho tiempo. En cuanto se marchaba, dejando el baño lleno de vapor y hechizos perfumados, Sofía entraba.
—¡Ahora veremos qué pasa con ese contrato! –dijo, aunque en realidad estaba más interesada en el estante lleno de paquetes, probetas, y jarras.
Los quitó todos y los puso en el suelo, con el pretexto de limpiar el estante, y pasó casi todo el día inspeccionándolos cuidadosamente para ver si los llamados «PIEL», «OJOS» y «PELO» eran realmente pedazos de muchachas jóvenes. Pero parecían ser sólo cremas, polvos, y tinte. Sofía pensó que, si alguna vez habían sido muchachas, Howl había utilizado en ellas la probeta que rezaba «PARA EL DETERIORO» y las había descompuesto tanto que nadie podría adivinar qué eran. Pero esperaba que sólo hubiera cosméticos en aquellos recipientes.
Lo devolvió todo al estante y lo fregó todo. Aquella noche, mientras se sentaba en la butaca, dolorida, Cálcifer le dijo que ya había tenido que vaciar una fuente termal entera para ella.
—¿Dónde están esos manantiales? –dijo Sofía.
Últimamente, sentía curiosidad por casi todo.
—Normalmente, bajo los pantanos de Porthaven –dijo Cálcifer–. Pero si sigues así, acabaré teniendo que sacar agua caliente de los Páramos. ¿Cuándo vas a dejar de limpiar y averiguar cómo romper mi contrato?
—Oh, bueno… –dijo Sofía–. ¿Cómo puedo sonsacar algo a Howl si casi nunca está aquí? ¿Siempre está fuera tan a menudo?
—Sólo cuando está detrás de una chica –dijo Cálcifer.
Una vez el baño estuvo pulcro y reluciente, Sofía fregó las escaleras y el pequeño rellano que había arriba. Entonces entró en la pequeña habitación de Michael. Pero él, que comenzaba a aceptar a Sofía como un desastre natural inevitable, profirió un grito de horror y corrió escaleras arriba para rescatar sus posesiones más preciadas. Se encontraban en una vieja caja bajo su carcomida y pequeña cama. Cuando se la llevó, Sofía vio una cinta azul y una rosa de azúcar, como las que adornan las tartas, encima de lo que parecían ser cartas.
«¡Conque Michael tiene novia!», pensó ella, mientras abría de par en par la ventana, que también daba a las calles de Porthaven, y sacudía las sábanas fuera del alféizar para airearlas. Teniendo en cuenta lo fisgona que se había vuelto, le sorprendió que no hubiera preguntado inmediatamente a Michael quién era aquella chica y cómo la mantenía a salvo de Howl.
Sacó barriendo tanto polvo y basura que por poco ahogó a Cálcifer intentando quemarlo todo.
—¡Me acabarás matando! –dijo Cálcifer, entre toses–. ¡Eres igual que Howl: no tienes corazón!
Sólo su pelo verde y una parte de su frente azul eran visibles.
Michael metió su preciada caja en el cajón de un armario, y lo cerró con llave.
—¡Ojalá Howl nos escuchara! –dijo–. ¿Por qué le está llevando tanto tiempo esta chica?
Al día siguiente, Sofía quería inspeccionar el patio trasero. Pero en Porthaven estaba lloviendo, y las gotas de lluvia repiqueteaban contra la ventana y la chimenea, haciendo que Cálcifer siseara, irritado. El patio era parte de la casa de Porthaven, de modo que el agua caía a cántaros allí cuando Sofía abrió la puerta. Se tapó la cabeza con el delantal e intentó echar un vistazo a lo que allí había; y, antes de mojarse demasiado, encontró un cubo de cal y una gran brocha. Se lo llevó todo dentro del castillo, y se puso manos a la obra con las paredes. Encontró una vieja escalera de mano en la escobera, y encaló también el techo, entre las vigas. En Porthaven llovió durante los dos días siguientes, aunque cuando Howl entró por la puerta desde las colinas, con la marca verde del pomo apuntando hacia abajo, el tiempo allí era soleado, y podían verse en el suelo, más rápidas aún que el castillo, las sombras de las nubes. Sofía ya había limpiado y encalado su hueco bajo las escaleras, las escaleras mismas, el rellano, y el cuarto de Michael.
—¿Qué ha pasado aquí dentro? –dijo Howl una vez hubo entrado–. Todo está más luminoso.
—Sofía –dijo Michael, en tono cáustico.
—Tendría que haberlo adivinado –dijo Howl, y desapareció en el baño.
—¡Se ha dado cuenta! –susurró Michael a Cálcifer–. ¡Entonces la chica está cediendo por fin!
Aún lloviznaba en Porthaven al día siguiente. Sofía se ató su pañuelo, se arremangó, y se ciñó el delantal. Cogió su trapo, cubo, y jabón; y, en cuanto Howl desapareció por la puerta principal, subió a limpiar la habitación de Howl como un anciano ángel vengador.
Lo había dejado para el final porque temía lo que podría encontrar allí. Ni siquiera se había atrevido a mirar dentro. Sofía, mientras cojeaba escaleras arriba, pensó que eso había sido una estupidez. Ahora estaba claro que Cálcifer se encargaba de la magia más difícil y Michael hacía el trabajo sucio mientras Howl se iba por ahí a cazar muchachas y abusaba de los dos tanto como Fanny había explotado a Sofía. Ella nunca había encontrado a Howl particularmente aterrador, pero ahora no sentía más que desdén.
Llegó al rellano, y encontró a Howl de pie en la puerta. Estaba apoyado en el marco, impidiéndole la entrada.
—Ni hablar –dijo, con un tono agradable–. Me gusta sucio, muchas gracias.
Sofía lo miró, asombrada.
—¿De dónde vienes? ¡Si te había visto salir!
—Eso es lo que quería que vieras –contestó él–. Ya has atormentado a Cálcifer y al pobre Michael, y era obvio que algún día decidirías empezar conmigo. Y, da igual lo que Cálcifer te haya podido decir, yo soy un mago, ¿sabes? ¿O es que no se te había ocurrido que puedo hacer magia?
Esto hizo polvo todas las suposiciones de Sofía. Pero habría muerto antes de admitirlo.
—Todo el mundo sabe que eres un mago, jovencito –dijo con severidad–. Pero eso no cambia el hecho de que este castillo es el lugar más sucio en el que he estado jamás.
Echó una ojeada a la habitación que había tras la larga, azul y plateada manga de Howl. La alfombra estaba torcida y doblada, y parecía un gran nido de pájaro. Pudo ver algunas paredes desconchadas, así como una estantería llena de libros, algunos de ellos muy sospechosos. No había signo alguno de un montón de corazones mordidos, pero seguramente estaban bajo la enorme cama con postes. Sus colgaduras eran grises por el polvo y le impedían ver la ventana.
—Eh. ¡Eh! –dijo Howl, agitando su manga frente a la cara de Sofía–. No seas fisgona.
—¡No estoy siendo fisgona! –protestó Sofía–. ¡Ese cuarto…!
—Sí, sí que eres fisgona –dijo Howl–. Eres una anciana terriblemente fisgona, horriblemente mandona, y espantosamente limpia. Contrólate, nos estás mortificando a todos.
—Pero es una pocilga –dijo Sofía–. ¡No puedo evitar ser como soy!
—Sí que puedes –dijo Howl–. Y me gusta mi cuarto tal y como es. Tienes que admitir que tengo derecho a vivir en una pocilga si quiero. Ahora vete allá abajo y piensa en algo más que puedas hacer. Por favor. Odio discutir.
Sofía no puedo hacer más que cojear escaleras abajo con su cubo. Estaba algo nerviosa, y sorprendida porque Howl no la había echado del castillo. Pero, ya que no lo había hecho, se puso a pensar en cuál era la siguiente cosa que necesitaba hacer de inmediato. Abrió la puerta junto a las escaleras, vio que la lluvia estaba amainando, y salió al patio, donde comenzó a pasearse por las pilas de basura.
Se oyó un estrépito metálico y Howl apareció de nuevo, tambaleándose un poco, sobre la pila de chatarra hacia la que estaba caminando Sofía.
—Aquí tampoco –dijo–. Eres un demonio, ¿eh? Deja este patio en paz. Sé dónde está todo, y y no podré encontrar las cosas que necesito para mis hechizos transportadores si lo ordenas todo.
De modo que había una caja con almas por allí, en alguna parte. Sofía se sentía realmente frustrada.
—¡Estoy aquí precisamente para recoger! –gritó.
—Entonces tendrás que encontrar otro sentido a tu vida –dijo Howl.
Por un momento, pareció que él también fuera a perder el control. Sus extrañamente pálidos ojos estaban clavados en Sofía. Pero consiguió controlarse y dijo:
—Ahora trota ahí dentro, vieja hiperactiva, y encuentra algo con lo que jugar antes de que me enfade. Odio enfadarme.
Sofía se cruzó de brazos. No le gustaba que la mirara con aquellos ojos que parecían canicas de cristal.
—¡Claro que odias enfadarte! –espetó–. No te gusta nada que sea desagradable, ¿no? ¡Eres un cobarde, eso es lo que eres! ¡Te escabulles de cualquier cosa que no te guste!
—Bueno –dijo Howl, forzando una sonrisa–, pues ahora los dos conocemos nuestros fallos. Y ahora entra. Venga. Vamos.
Caminó hacia Sofía, agitando los brazos. Una de sus mangas se enganchó en un pedazo de metal oxidado, y se rompió.
—¡Maldita sea! –dijo Howl–. ¡Mira lo que me has hecho hacer!
—Puedo coserlo –dijo Sofía.
Howl le dirigió otra mirada glacial.
—Hala, otra vez –dijo–. Cómo adoras el servilismo.
Tomó su manga rota cuidadosamente con los dedos, y la acarició. Cuando la tela azul cayó desde sus dedos, no tenía ni un rasguño.
—Ya está –dijo–. ¿Entiendes ahora?
Sofía renqueó hacia la puerta, escarmentada. Parecía claro que los magos no necesitaban trabajar de la manera normal. Howl le había demostrado que realmente era un mago que merecía reconocimiento.
—¿Por qué no me ha echado? –dijo, tanto para Michael como para sí misma.
—Eso escapa a mi comprensión –dijo éste–. Pero creo que se guía por Cálcifer. La mayoría de los que entran aquí no lo ven. O sí lo ven, y les da un infarto.
· · ·
Fin. ¡Hasta la próxima!
8 comentarios:
Gracias por la traducción, esta muy bien ^^.
Ooooh, gracias, gracias. Necesitaba leer este libro :)
Te agradezco la traduccion, en serio, me alegra demasiado, ahora tengo algo mas en que entretenerme.
Saludos!!^^
Oe, a mi me gusta mucho este libro, y agradezco que lo estes traduciendo.
Podrias seguir traduciendolo pliss, es que hace mucho lo lei y estoy esperando que pongas el proximo capitulo, y eso fue hace mucho tiempoToT, pliss, siguelo.
Espero no parecer molesta, es que me interesa saber que sigue.
Chao chao!!
Muuuuchas gracias por tu traducción llevo mucho tiempo buscando este libro vivo en una ciudad pequeña y ya no tenia librerias donde preguntar cuando empezaras con el capitulo 6º espero k pronto lo espero con ansiedad
Besos
¡¡Arigato!!, este libro siempre lo quise,pero nunca lo encontre aca enmi pais(mas bien, en ninguna parteToT), y cuando me encontre con tu blog traduciendolo, casi me da un ataque de alegriaXD. GRACIAS!!
Te ganaste un lugar en el cielo a mi ladoXD.
Sigue con tu traduccion, si no memorire y no quedras cargar en tu conciencia la muerte de alguien ¿verdad?XD.
Muy buena traduccion, se ve interesante este libro, ya vi la pelicula y megusto. Espero que el libro me guste igual.
Hasta luego.
Bueno, parece que el proyecto no avanzó más allá del capítulo 5.
Ahora que el libro esta publicado ¿Vas a seguir traduciéndolo?
Tu versión es mejor, la verdad ;)
Gracias por el trabajo que pasaste cuando andábamos como fieras hambrientas buscando el libro...
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