viernes, 4 de mayo de 2007

De qué va esto.

Hola, queridos lectores.
Empecemos.
Probablemente habéis visto la película El Castillo Ambulante, del famoso director Hayao Miyazaki (El Viaje de Chihiro, Nausicaä del Valle del Viento, Mi Vecino Totoro, Laputa: Castillo en el Cielo...).
Probablemente habéis averiguado que está basada en una novela de la escritora estadounidense Diana Wynne Jones (escribió la saga Los Mundos de Chrestomanci, La Conspiración de Merlín, y otros treinta libros o más). Dicha novela se llamaba Howl's Moving Castle, literalmente ‘El Castillo Móvil de Howl’.
Probablemente habéis averiguado también que dicha novela fue traducida al castellano por la editorial SM en su colección El Navegante, bajo el título El Castillo Viajero.

Y, como muchos otros fans, también habéis averiguado que dicha edición está actualmente descatalogada, y que el libro es prácticamente imposible de conseguir. Ni siquiera en sitios como E-Bay.

Y vengo yo a salvaros el día. Pienso traducir al castellano no sólo Howl's Moving Castle (a la que daré, a causa de la película, el nombre de El Castillo Ambulante) sino también Castle in the Air, ‘Castillo en el Aire’, la segunda parte, sobre la que muchos ni siquiera habéis oído hablar y (ésta sí que no) nunca antes ha sido traducida al español (no, no tiene nada que ver con la película de Miyazaki Laputa: Castillo en el Cielo).
Ambos libros son unas novelas excelentes y desbordantes de humor.

Empezaré en serio en las vacaciones de verano, pero el primer capítulo ya está listo. Os lo dejo como ejemplo de lo que se avecina.

Sólo tenéis que bajar un poco más. Lamento no poder ponerlo con la letra Arial Narrow, que es la que más le pega.






EL CASTILLO AMBULANTE,
por Diana Wynne Jones.





CAPÍTULO 1,

en el que Sofía habla con sombreros



EN LA TIERRA DE INGARIA, en la que cosas como las botas de siete leguas o las capas invisibles realmente existen, es bastante desafortunado ser el mayor de tres hermanos. Todos saben que eres el que fracasará primero –y de peor manera– en caso de que los tres tengáis que salir a buscar fortuna.
Sofía Hatter era la mayor de tres hermanas. Ni siquiera era la hija de un pobre leñador, porque en tal caso habría tenido alguna posibilidad de salir adelante. Sus padres eran los dueños de una sombrerería para señoras en un próspero pueblo llamado Mercado Desportillado. Bueno, en realidad la madre de Sofía había muerto cuando ésta tenía dos años y su hermana Letty sólo uno, y entonces su padre se casó con su ayudante más joven, una hermosa muchacha de pelo rubio llamada Fanny. Fanny pronto dio a luz a la tercera hermana, Marta. Esto podría haber transformado a Sofía y Letty en las típicas Hermanastras Feas, pero las tres chicas crecieron siendo cada vez más bonitas, aunque todos decían que Letty era la más guapa. Fanny trataba a las tres hermanas con la misma amabilidad, y no daba un trato especial a Marta en absoluto.
El señor Hatter estaba muy orgulloso de sus tres hijas, y las envió a la mejor escuela del pueblo. Sofía era la más estudiosa. Leía muchísimo, y pronto se dio cuenta de las pocas posibilidades que tenía de tener un futuro interesante. Fue una gran decepción para ella, pero siguió siendo feliz, cuidando de sus hermanas y preparando a Marta para que pudiera encontrar su fortuna cuando el tiempo llegara. Ya que Fanny estaba siempre muy atareada con la tienda, Sofía era la que tenía que vigilarlas. Había muchas peleas y pataletas entre las dos niñas. Letty no estaba resignada en absoluto a ser, después de Sofía, la que tendría menos éxito.

—¡No es justo! –gritaba Letty–. ¿Por qué se llevará Marta lo mejor sólo por ser la más pequeña? ¡Pues yo me casaré con un príncipe, hala!

A lo que Marta contestaba que ella acabaría siendo asquerosamente rica sin tener que casarse con nadie.
Entonces Sofía tenía que separarlas y remendar sus ropas. Era muy diestra con la aguja. Con el tiempo, acabó haciendo la ropa para sus hermanas. Una vez hizo un vestido rosa oscuro para Letty, el Primero de Mayo en que comenzó esta historia, y Fanny dijo que parecía haber salido de la tienda más cara de Kingsbury, la capital.
Por aquel tiempo, todo el mundo empezó a hablar sobre la Bruja del Páramo otra vez. Decían que había amenazado al rey con matar a su hija, y que el rey había enviado al hechicero real –el Mago Súliman– al páramo, para que se ocupara del problema. Y, aparentemente, el Mago Súliman no sólo había fracasado al hacer frente a la Bruja: la Bruja había acabado con él.
Así que cuando, unos meses más tarde, la silueta de un castillo alto y negro apareció repentinamente en las colinas que se erguían sobre Mercado Desportillado, nubecillas de humo oscuro saliendo de sus cuatro delgadas torrecillas, todos pensaron que la Bruja había salido del Páramo para aterrorizar el país, al igual que hacía cincuenta años. La gente se asustó mucho. Nadie salía solo a la calle, especialmente de noche. Lo que hacía todo esto aún más espeluznante era que el castillo no se quedaba siempre en el mismo lugar. A veces era una delgada mancha negra en el Páramo, al noroeste, otras veces se alzaba sobre las rocas del este, o incluso se deslizaba cuesta abajo para sentarse en los brezales, quizá demasiado cerca de las granjas del norte. Incluso era posible verlo moviéndose, con volutas de humo de un color gris sucio saliendo de las torretas. Durante un tiempo, todo el mundo estuvo seguro de que, antes o después, el castillo acabaría entrando en el valle para asaltar el pueblo, y el alcalde mencionó algo sobre pedir ayuda al rey.
Pero el castillo continuó vagando por las colinas, y los habitantes de Mercado Desportillado averiguaron que el castillo no pertenecía a la Bruja del Páramo, sino al Mago Howl. Éste ya era lo bastante malo. Aunque no parecía querer abandonar las colinas, algunos rumoreaban que se distraía coleccionando muchachas jóvenes y absorbiendo sus almas… aunque otros decían que, en realidad, se comía sus corazones. Todos estaban, sin embargo, de acuerdo en que se trataba de un mago cruel y despiadado que no tenía corazón, y que ninguna joven guapa estaba a salvo de él si, cuando nadie las pudiera proteger, se lo encontraban. Se dijo a Sofía, Letty y Marta –y a todas las demás chicas de Mercado Desportillado– que nunca salieran solas a la calle, cosa que les resultaba muy irritante. Se preguntaron qué uso había encontrado Howl a las almas que coleccionaba.
Pero pronto tuvieron otras cosas en que ocuparse, pues el señor Hatter murió repentinamente justo cuando Sofía terminó los estudios. Entonces todos supieron que había estado demasiado orgulloso de sus hijas. Las matrículas de la escuela que había estado pagando dejaron a la sombrerería unas grandes deudas que pagar. Cuando el funeral terminó, Fanny se sentó en el salón de la casa vecina a la sombrerería, y explicó a sus hijas la situación.

—Me temo que vais a tener que dejar la escuela –dijo–. He estado haciendo cálculos y, sin importar por dónde agarre las cuentas, la única forma que veo de conseguir que el negocio se mantenga y de cuidar de vosotras es conseguiros una plaza como aprendizas en algún sitio. No es práctico teneros a las tres en la tienda. No podríamos permitírnoslo. De modo que he tomado una decisión. Letty primero…

Letty alzó la mirada, y ni siquiera la tristeza y las ropas fúnebres podían ocultar su belleza.

—Quiero seguir aprendiendo –dijo.

—Y eso harás, cariño –contestó Fanny–. He encontrado un puesto para ti en Cesari’s, la pastelería en la Plaza del Mercado. Son famosos por tratar a sus aprendices como a reyes. Serás feliz allí, y aprenderás un oficio interesante y útil. La señora Cesari es una buena clienta, y una gran amiga mía, y me ha ofrecido aceptarte allí, como un favor.

Letty sonrió de una manera que demostraba que la idea no le gustaba nada.

—Bueno, gracias –dijo–. ¿No es una suerte que me guste tanto cocinar?

Fanny parecía aliviada. A veces, Letty podía ser realmente cabezota.

—Ahora Marta –contestó–. Ya sé que eres demasiado joven para trabajar, así que he pensado sobre algún modo de darte un aprendizaje largo y que te resulte útil, sin importar a qué te dediques una vez termines. ¿Recuerdas a mi vieja amiga de la escuela, Annabel Fairfax?

Marta, que era esbelta y muy guapa, fijó sus ojos grises en Fanny, con una mirada tan determinada como Lettie.

—Sí, la recuerdo… era ésa que hablaba un montón. ¿No es una bruja?

—Sí, una bruja, ¡con una casa preciosa y clientes por todo el Valle Plegado! –replicó Fanny con entusiasmo–. Es una buena mujer, Marta. Te enseñará todo lo que sabe y te presentará a gente influyente de Kingsbury. Estarás preparada para todo cuando termines tu formación allí.

—Es una persona agradable… --concedió Marta–. Vale, de acuerdo.

A Sofía le pareció que Fanny lo había preparado todo muy bien. Ya que Letty, al ser la segunda, tampoco tenía muchas posibilidades de llegar a mucho, Fanny la había situado donde podría encontrar un aprendiz joven y guapo y vivir feliz para siempre. Marta, que iba a salir y buscar fortuna, contaría con la ayuda de amigos ricos y magia. En cuanto a ella misma, Sofía no tenía dudas sobre lo que se le avecinaba. De modo que no se sorprendió cuando Fanny le dijo:

—Sofía, querida, lo que parece justo y adecuado es que heredes la sombrerería cuando yo me retire, ya que eres la mayor. De modo que yo misma te tomaré como aprendiz, para que aprendas el oficio como es debido. ¿Qué te parece?

Sofía no podía, de ninguna manera, decir que se sentía obligada a ello. Dio las gracias a Fanny con fervor.

—¡Pues todo arreglado! –dijo Fanny.

Al día siguiente, Sofía ayudó a Marta a guardar su ropa en una maleta, y la mañana siguiente la vieron marcharse en la carreta del transportista, con una pequeña sonrisa nerviosa. Era comprensible que estuviera asustada, porque el camino a Plegado Alto, donde la señora Fairfax vivía, empezaba más allá de las colinas por las que vagaba el castillo errante del Mago Howl.

—Oh, estará bien –dijo Letty.

Letty rechazó cualquier tipo de ayuda con el equipaje. Cuando la carreta del transportista se perdió de vista, metió todas sus posesiones en una gran funda de almohada, y pagó seis peniques al criado del vecino para que lo llevara todo en una carretilla a Cesari’s, en la Plaza del Mercado. Letty caminó detrás de la carretilla con una expresión mucho más alegre de lo que Sofía había esperado. De hecho, parecía alegrarse de no tener nada más que ver con la sombrerería.
El criado, al volver, trajo una nota garabateada de Letty, diciendo que había ordenado sus cosas en el dormitorio de las chicas, y que parecía que trabajar en Cesari’s iba a ser divertido. Y el transportista de la carreta, al regresar una semana más tarde, trajo una carta de Marta, que decía que ella había llegado sin incidentes y que la señora Fairfax era «una señora encantadora y utiliza miel para todo. Tiene colmenas, y le encantan las abejas». Y esto fue todo lo que Sofía supo sobre sus hermanas durante bastante tiempo, porque ella comenzó a trabajar el mismo día en que sus hermanas se fueron.
Sofía, claro, ya conocía el oficio de los sombreros bastante bien. Desde que era una niña pequeña había corrido afuera y adentro del taller al otro lado del patio, en el que los sombreros eran moldeados y se fabricaban las flores, frutas, y otros adornos con cera y tela. Conocía a los trabajadores; la mayoría de ellos ya estaba allí cuando su padre era un niño. Conocía a Bessy, la única dependienta que quedaba. Conocía a los clientes más frecuentes, y al conductor del carro que traía los simples sombreros de paja que habían de ser moldeados en el taller. Conocía a los otros proveedores, y sabía cómo fabricar fieltro para los sombreros de invierno. No parecía que Fanny fuese a poder enseñarle nada más… excepto, quizás, cómo conseguir que un cliente comprara un sombrero.

—Tú siempre les enseñas el sombrero ideal desde el principio, cariño –le dijo Fanny–. Pero lo que tienes que hacer es enseñarles primero los que no les sienten bien, para que noten la diferencia en cuanto se pongan el apropiado.

De todas formas, Sofía no trabajaba mucho en el mostrador. Después de un par de días observando el trabajo del taller, y otro día paseando por las tiendas de los mercaderes de seda con Fanny, ésta la puso a adornar sombreros. Sofía se sentaba en una pequeña alcoba tras la tienda, y cosía rosas de tela en los bonetes, y velos a gorros de terciopelo, forrándolos con seda por dentro y colocando frutas de cera y cintas alrededor para que quedaran más elegantes. Se le daba bien. Incluso disfrutaba un poquito haciéndolo. Pero se sentía aislada, y algo aburrida. La gente del taller era demasiado mayor como para ser divertida; además, la trataban como a alguien que estaba allí y que heredaría el negocio algún día. Bessy la trataba de la misma manera. De todas maneras, lo único sobre lo que hablaba era sobre el granjero con el que se iba a casar el próximo Primero de Mayo. Sofía envidiaba un poco a Fanny, que podía largarse a comerciar con los mercaderes de seda cuando quería.
Lo más interesante eran las conversaciones de los clientes. Nadie podía comprar un sombrero sin cotillear. Sofía se sentaba en su alcoba y cosía, y así se enteró de que el alcalde nunca comía verduras, y que el castillo del mago Howl volvía a rondar por las colinas, la verdad es que ese hombre, cuchicheo, susurro, cuchicheo… Las voces siempre bajaban de volumen cuando hablaban sobre el mago Howl, pero Sofía se enteró de que había atrapado una chica en Plegado Bajo el mes pasado. «¡Barba Azul!» dijeron los susurros, y se convirtieron en voces de nuevo, para decir que Jane Farrier tenía un peinado penoso. Ella sí que no podría atraer al mago Howl, ni a ningún hombre decente. Entonces hubo un cuchicheo asustado sobre la Bruja del Páramo. Sofía empezaba a pensar que el mago Howl y la Bruja deberían juntarse.

—Parecen hechos el uno para el otro. Alguien debería organizarles una cita –comentó al gorro que estaba adornando en aquel momento.

Pero, al final del mes, todo el cotilleo en la tienda parecía ser sobre Letty. Al parecer, Cesari’s estaba llena de caballeros, que compraban montones de tartas y pasteles, confiando en ser servidos por Letty. Ya había escuchado diez declaraciones de amor y propuestas de matrimonio, cuya calidad variaba desde el hijo del alcalde hasta el chico que barría las aceras, y las había rechazado todas, diciendo que era demasiado joven como para decidir algo así.

—Eso es lo que yo llamo ser razonable –dijo al sombrero que estaba llenando de pliegues de seda.

Fanny se alegró al oír estas noticias.

—¡Sabía que estaría bien allí! –dijo alegremente.

A Sofía se le ocurrió que Fanny se alegraba de que Letty ya no estuviera por allí.

—Letty era mala para la clientela –comentó a un bonete, cosiéndole más y más seda de color champiñón–. Ella podría hacer que incluso tú parecieras atractivo, montón de tela. Otras mujeres ven a Letty y se desesperan.

Sofía hablaba a los sombreros cada vez más y más, a medida que pasaban las semanas. Y es que no había prácticamente nadie más con quien hablar. Fanny estaba por ahí fuera, buscando clientes o negociando con mercaderes, y Bessy estaba demasiado ocupada con los clientes, y contando a todo el mundo cómo iba a ser su boda. Al final, Sofía adquirió el hábito de colocar cada sombrero, tras terminarlo, en su soporte, que tomaba el aspecto de una cabeza sin cuerpo, y se quedaba mirándolo, mientras le decía cómo sería el cuerpo que, algún día, tendría debajo. A veces halagaba a los sombreros, porque es bueno halagar a los clientes.

—Tienes un atractivo misterioso y fascinante –dijo a un bonete que estaba lleno de velos centelleantes–. Y tú –dijo a un sombrero grande, de color crema, con rosas en el ala–, ¡tú te casarás con alguien rico! Estoy segura. Y tú… eres tan joven y fresca como una hoja en primavera –animó a un gorro de color verde oruga con una pluma larga y ondulada.

Dijo a los bonetes rosas que tenían unos hoyuelos encantadores, y a los gorros más elegantes, que eran ingeniosos.

—Tú tienes un corazón de oro, y alguien importante te verá y se enamorará de ti –contó al bonete de color champiñón.

Le dijo esto porque le daba pena ese sombrero en particular. Tenía un aspecto poco atractivo y bastante aparatoso.
Al día siguiente, Jane Farrier entró en la tienda y lo compró. «Ese pelo tiene un aspecto algo extraño», pensó Sofía, observándola desde la alcoba. Y en verdad parecía que se hubiera hecho un moño utilizando atizadores. Parecía una pena que hubiera escogido ese bonete en particular. Pero todo el mundo parecía estar comprando sombreros por entonces. Quizá fuera a causa de Fanny, o simplemente porque era primavera, pero el negocio de los sombreros estaba en pleno apogeo.

—Quizá no debería haberme apresurado tanto en enviar a Marta y Letty fuera –comenzó a decir Fanny, que se sentía algo culpable–. Con estas ventas, nos las podríamos haber arreglado.

A medida que Abril terminaba y se acercaba el Primero de Mayo, había tantos clientes que Sofía tuvo que ponerse un recatado vestido gris y ayudar en la tienda. Pero la demanda era tan alta que no podía coser sombreros y atender a los clientes a la vez, y cada tarde tenía que llevárselos a su casa, que era la que estaba al lado de la sombrerería, lugar en el que trabajaba con un candil hasta más de medianoche, para que hubiera sombreros que vender al día siguiente. Mucha gente quería comprar gorros de color verde oruga como el que llevaba la mujer del alcalde, y también bonetes rosas. Hasta que, unos pocos días antes del Primero de Mayo, alguien entró y pidió un bonete de color champiñón, igual que el que Jane Farrier llevaba puesto cuando se fugó con el conde de Cátera.
Aquella noche, mientras cosía, Sofía admitió que su vida era bastante aburrida. En lugar de hablar a los sombreros, se los probó uno por uno a medida que los terminaba, y se miró en el espejo. Fue un error. El viejo vestido gris no le quedaba nada bien, especialmente porque sus ojos estaban rojos por estar despierta tan tarde, y ya que su pelo era de un color rojizo parecido a la paja, no le quedaba bien el verde oruga ni el rosa. El de color champiñón le daba un aspecto extremadamente aburrido.

—¡Parezco una vieja criada! –exclamó.

No es que quisiera darse a la fuga con condes, como Jane Farrier, o que la mitad del pueblo la persiguiera proponiéndole matrimonio, como a Letty. Pero quería hacer algo, aunque no estaba muy segura de qué, que fuera más interesante que simplemente coser sombreros. Decidió que, al día siguiente, intentaría tomarse unas horas libres e ir a hablar con Letty.
Pero no fue. O bien no tenía tiempo, o le faltaba energía, o le parecía que la Plaza del Mercado quedaba muy lejos, o recordaba que era peligroso ir por la calle sola a causa del mago Howl… día tras día, parecía cada vez más difícil ir a ver a su hermana. Era bastante raro. Sofía siempre había pensado que podía ser casi tan cabezota como Letty. Ahora se estaba dando cuenta de que había cosas que sólo hacía cuando no le quedaban excusas.

—¡Esto es absurdo! –dijo Sofía–. ¡Sólo hay dos calles entre esta tienda y la Plaza del Mercado! ¡Si corro… !

Y se prometió que iría a Cesari’s cuando la sombrerería cerrara, en el Primero de Mayo.
Mientras tanto, en la tienda comenzó a oírse un nuevo cotilleo. Según decían, el rey se había peleado con su propio hermano, el príncipe Justin, y el príncipe se había exiliado. Nadie conocía la razón de la disputa; pero, hacía un par de meses, el príncipe Justin había venido disfrazado a Mercado Desportillado, y nadie se había dado cuenta. El rey había enviado al conde de Cátera para que lo buscara, pero se había topado con Jane Farrier en su lugar. Después de oír todo esto, Sofía se entristeció. Estaban pasando muchas cosas interesantes, pero siempre a otras personas.
Llegó el Primero de Mayo. La juerga llenó las calles desde el amanecer. Fanny salió temprano, pero Sofía tuvo que terminar un par de sombreros primero. Cantó mientras trabajaba. A fin de cuentas, Letty también estaba trabajando. Incluso en vacaciones, Cesari’s estaba abierto hasta medianoche.

—Creo que compraré una de sus tartas de nata –decidió Sofía–. No he comido una en años.

Observó a la multitud pasar por la ventana; gente en trajes de todos los colores, vendedores de recuerdos, equilibristas llevando zancos… estaba realmente excitada.
Pero cuando, por fin, se echó un chal gris sobre los hombros y salió a la calle, Sofía ya no estaba tan impaciente. Estaba abrumada. Había demasiada gente corriendo, gritando, riendo, dando codazos, había demasiado ruido. Sofía se sintió como si aquellos últimos meses que había pasado sentada y cosiendo hubieran la hubieran convertido en una anciana o en una inválida. Se envolvió más en su chal, y siguió caminando cerca de las casas, intentando evitar ser pisoteada por aquel montón de zapatos nuevos, o golpeada por todos aquellos codos finamente vestidos en largas mangas de seda que llegaban hasta el suelo. Cuando, de repente, se oyó una ráfaga de explosiones en algún punto sobre su cabeza, Sofía pensó que se iba a desmayar. Miró hacia arriba y vio el castillo de Howl en la ladera que se encontraba pegada al pueblo, tan cerca que parecía estar posado en las chimeneas. Llamaradas azules salían de sus cuatro torres, convirtiéndose en bolas de fuego que se elevaban y explotaban en el cielo, haciendo un ruido espantoso. El mago Howl parecía estar ofendido por la alegría de aquel Primero de Mayo. O simplemente intentaba tomar parte en él, a su manera. Sofía estaba demasiado aterrorizada como para preocuparse. Con mucho gusto habría dado media vuelta, pero ya había recorrido la mitad del camino hasta Cesari’s. Así que echó a correr.

—¿Qué me hizo pensar que quería que la vida fuera más interesante? –se preguntó mientras corría–. ¡Estaría demasiado asustada! Esto me pasa por ser la mayor.

Fue aún peor cuando llegó a la Plaza del Mercado. Casi todas las posadas estaban allí. Una multitud de hombres jóvenes se pavoneaban alegremente por la calle, arrastrando sus capas y largas mangas y calzando botas con hebillas que ni en sueños llevarían en un día normal, haciendo comentarios a voz en grito e intentando abordar a alguna chica. Ellas paseaban en parejas, esperando a que algún chico les dirigiera la palabra. Era muy normal en un Primero de Mayo, pero también asustaba a Sofía. Y cuando un joven vestido en un fantástico traje plateado y azul se fijó en ella y decidió abordarla también, Sofía se metió en el umbral de la puerta de una tienda e intentó esconderse.
El hombre la miró, sorprendido.

—Está bien, pequeño ratón gris –le dijo, con una sonrisa compasiva–. Sólo quiero invitarte a un café. No te asustes.

Aquella mirada compasiva hizo que Sofía se sintiera totalmente avergonzada. Él era increíblemente apuesto, con una cara angulosa y sofisticada –era bastante mayor, tenía más de veinte– y un pelo rubio precioso. Sus mangas eran más largas que las de todos los demás jóvenes en la plaza, con los bordes festoneados y entredoses plateados.

—Oh, no, señor, pe-pero gracias –tartamudeó Sofía–. Yo so-sólo voy a visitar a mi hermana.

—¡Entonces hazlo, por supuesto! –rió el joven–. ¿Quién soy yo para alejar a tan hermosa muchacha de su hermana? ¿Te gustaría ir conmigo, ya que estás tan asustada?

Lo dijo con amabilidad, lo que hizo que Sofía se sintiera más vergüenza que nunca.

—No. No, gracias, señor… –musitó, y salió corriendo.

Él llevaba perfume. El olor a jacintos la persiguió mientras corría. «¡Qué persona tan cortés!» pensó, mientras intentaba atravesar las pequeñas mesas dispuestas fuera de Cesari’s, todas ellas ocupadas. Y en el interior había aún más gente y ruido que en la plaza.
Sofía localizó a Letty entre la fila de dependientes que había en el mostrador gracias al grupo de jóvenes granjeros que apoyaban sus codos en él y le gritaban piropos. Letty, más guapa que nunca, y puede que un poco más delgada, estaba introduciendo tartas en bolsas de papel tan rápido como le era posible, dando un diestro giro a cada bolsa y mirando por debajo de su codo con una sonrisa y una respuesta por cada bolsa que recolocaba. Se oían risas or todas partes. Sofía tuvo que abrirse camino, costosamente, hasta el mostrador.
Letty la vio. Pareció conmocionada por un instante; entonces sus ojos se agrandaron y su sonrisa se hizo aún más amplia, y gritó:

—¡Sofía!

—¡¿Puedo hablar contigo en algún otro sitio?! –gritó Sofía, impotente, mientras un gran codo la empujaba hacia atrás.

—¡Sólo un momento! –le gritó Letty.

Se volvió y susurró algo a la chica que estaba cerca de ella. Ésta asintió y esbozó una sonrisa, y ocupó el lugar de Letty.

—Tendréis que hablar conmigo, chicos –dijo a la multitud–. ¿Quién es el próximo?

—¡Pero quiero hablar contigo, Letty! –gritó uno de los granjeros.

—¡Pues habla con ella! –dijo Letty–. Yo tengo que hablar con mi hermana.

A la gente no le importaba mucho. Empujaron a Sofía hasta el final del mostrador, donde Letty alzó una solapa y la agitó para llamar la atención, y le dijeron que no se quedara hablando con Letty todo el día. Cuando Sofía llegó hasta donde estaba Letty, ésta la agarró por la muñeca y la arrastró hasta la trasera de la tienda, una habitación cuyas paredes estaban cubiertas por estante tras estante, cada uno lleno con filas de tartas. Letty sacó dos taburetes de algún sitio.

—Siéntate –dijo.

Se quedó mirando distraídamente el estante más cercano, y tomó una tarta de nata que dio a Sofía.

—Vas a necesitar esto –dijo.

Sofía tomó asiento, oliendo el delicioso aroma de la tarta y sintiéndose algo llorosa.

—¡Oh, Letty! –dijo–. ¡Me alegro tanto de verte!

—Sí, y yo me alegro de que estés sentada –contestó–. Verás, no soy Letty. Soy Marta.
~ · ~
FIN del primer capítulo.
¡Gracias a todos!